Esta exposición surge de la propuesta que nos hizo Rosa Santos a Marina González Guerreiro y a mí de invitar a una serie de artistas que trabajen la cerámica en la actualidad y en la cercanía. Fue entonces, después de un bonito periodo de búsqueda en el que corroboramos la riqueza del barro por los diversos lugares desde los que ha sido y continúa siendo abordado, cuando decidimos que nos acompañarían Chelo Matesanz, Emilia Guimerans, Nagore Chivite, Nerea Puente y Patricia Varea Milán. Estableciendo una suerte de genealogía -reducida, por supuesto- de artistas de diversas generaciones en torno a un mismo material, y aprovechando la ocasión para reunir a aquellas con cuyo trabajo hemos crecido y a estas otras a las que vemos ahora consolidar su práctica.
Los lazos que nos unen son palpables y escurridizos. El punto de partida de Emilia y Patricia remite al aprendizaje del oficio y de la matemática del material. Ambas se formaron en Japón y Corea junto a los maestros, lo que une su práctica a la técnica, la síntesis formal, la ceniza y el control del fuego. En el caso de Guimeráns, para poder experimentar con la materia y abrazar la imperfección. Varea, a través de estos conocimientos y de la alteración de los procesos de cocción de las arcillas y porcelanas, logra pequeños matices tonales y metálicos especialmente mágicos. Con ellos nos introduce en su fascinación por las semillas, los fósiles y antropología, que entronca con ese carácter de reliquia de las piezas de Nagore. Sus placas aluden a especies antiguas, a restos de otras civilizaciones.
La tradición también está presente en la cerámica decorativa que Marina rescata para introducir en el lenguaje propio y radicalmente contemporáneo de sus composiciones e instalaciones. Los platos, los azulejos o las benditeras son algunas de estas formas que también se trasladan al universo personal de las esculturas de Chelo. En este caso más vinculadas al jarrón y a los objetos decorativos, que llena de manchas de color y de humor. Su interés por el collage, la fragmentación, la tierra y el cuerpo femenino entronca con muchas de nosotras y la convierte en una gran referente para las generaciones actuales.
Para mí es clave esa forma de vincular el material al cuerpo durante el proceso de construcción de piezas de grandes formatos. Esto me permite relacionarme de una forma emocional, casi romántica, con el barro y la escritura. Así como con los matices de colores y texturas que surgen al introducir minerales y otras materias primas. La expresividad de la forma y la deformación es algo que me hace encontrarme en el trabajo de Nerea, cuya escultura es a la vez formalista y gestual. A través de sus piezas busca generar una transmisión de su experiencia física, compartirla mediante pastas cerámicas combinadas con materiales no tradicionales como la espuma y el látex. Pasar del cuerpo al barro, del fango al fuego. Y que de las brasas surja esta conversación.
Sandra Mar