Esta orilla es fruto es el nombre bajo el que se enuncia la segunda exposición individual de Marina González Guerreiro en la galería Rosa Santos, la primera que realiza en su sede de Madrid. Para esta exposición Marina trabaja sobre la orilla como espacio de acumulación y límite, donde los conceptos de tiempo y materia se entrelazan. La orilla es un espacio de recogida cuyo significado etimológico proviene del latín ora que significa extremo, borde o límite; Y también deriva del latín os (boca, entrada o abertura). Marina dibuja en esta exposición un borde en el que cosecha, pero primero lo escribe en una línea fina como el agua de las olas en la orilla, resultan en una comisura o en un lugar. Esa comisura es un pliegue, es un rastro que generan en sus objetos y se deja representar en sus márgenes, igual que glosar un texto. Acumula material y por lo tanto materia en un tiempo sinfín donde repliega y después recoge.
La muestra comienza en una instalación con una serie de materiales que toman protagonismo en torno a la estructura arquitectónica de una escalera a ninguna parte. Es una construcción imaginaria con múltiples significados que deviene de un tiempo reposado y de observación durante las horas que Marina pasa en el taller. Este elemento arquitectónico se convierte en el centro de la narrativa visual de la exposición cuya significación es la del escapar, transitar y también conectar, de igual modo que las telas anudadas u otros elementos que rodean a la estructura. También se acumulan a su alrededor materiales entre los escalones que generan un diálogo sobre la fragilidad y la inmutabilidad del tiempo. Y es que cada material se convierte en un fragmento de memoria y vivencia, capturando momentos efímeros y ofreciendo reflexionar sobre la vida propia.
La estructura de la escalera se encuentra acompañada por una serie de pequeños objetos y anotan las cosas que no hay que olvidar. Notas, juegos de memoria y pequeños retablos compuestos de objetos pasados o cubos pintados fabricados para hacerlos encajar en estructuras que no les corresponde a priori. Su trabajo como escultora pone la atención en la fragilidad y en la importancia de la capacidad de adaptación de la forma, a pesar de la volubilidad de los elementos que utiliza para construir sus obras. Presta atención a la organicidad de los materiales que encuentra, que pertenecen a un lugar determinado dentro de sus piezas, y que son susceptibles al cambio o en última estancia al deterioro. No es extraño que el equilibrio siempre sea una inquietud en su proceso de producción en la medida en la que hay siempre una preocupación por los opuestos (lo duro, lo blando, lo sucio, lo limpio, etc.).
La oscilación entre los opuestos, a la que se hacía referencia, aparece de nuevo entre la evocación de la imagen real frente a la abstracta en el final de la exposición. En la planta baja construye un patio compuesto por azulejos y las características fuentes o pilas de agua recurrentes en su imaginario. Los azulejos coloreados que ocupan el espacio funcionan como un diario personal en el se representan una serie de pictogramas pertenecientes a recuerdos y deseos. Marina propone un ejercicio propio en el proceso de creación: se sienta a recordar y transcribe la ensoñación vivida. Este proceso lo combina con dibujo al natural con la finalidad de detener lo que se encuentra en movimiento para guardarlo. La aproximación a esta manera de dibujar es la de escribir en imágenes en un lenguaje que produce para sí misma y cuya pretensión es la de querer registrar el día a día a modo de diario. Produce un álbum infinito de cientos de fichas o documentos que responden a una acumulación heterogénea de narraciones; O al revés, imágenes que responden a narraciones que representan a Marina lidiando con la memoria y sus deseos. Las siluetas que dibuja siempre están deshechas o inconclusas, abiertas a una búsqueda a otro lugar. Encontramos formas como platos que son relojes, barcas, puentes o ríos: lugares de tránsito igual que la escalera; Aunque otras veces paisajes más determinados donde predomina la abundancia de árboles frutales como imagen de cosecha y celebración.
Emociones y relatos en cuerpos tangibles. En esta exposición Marina propone que las narrativas y las emociones tienen capacidad objetual, vínculos que significan, conectan y producen reciprocidad en quienes las miramos. Explora en ella la interseccionalidad entre el tiempo y lo perecedero, y hay una intencionalidad clara de acumularlo, regalarlo y después compartirlo. Abre aquí camino a otras formas y materiales sin perder el recuerdo de sus trabajos anteriores, continúa poniendo orden en las cosas. Y renuncia al tiempo como cuando Simone Weil escribió que: El tiempo es una imagen de la eternidad, pero es asimismo un sucedáneo de la eternidad. Y así continúa.
Paula Noya de Blas
- Simone Weil, La gravedad y la gracia. 2007, Madrid. Ed. Trotta. Pág.69.