Cualquier principio supone un acontecimiento ambiguo. Cuando tiene lugar, apenas puede intuirse qué dirección tomará luego, qué forma. Si durará (si será, efectivamente, el principio de algo), o si se quedará en un amago de posibilidad que no prospere, un hecho aislado y sin futuro. Esta ambigüedad no le es tampoco ajena a los finales. En cada adiós queda patente una doble vía que solo más tarde se clarificará: ¿se tratará esta despedida de un final o, al contrario, contendrá en sí misma un indicio de continuidad? La respuesta se renovará en un sentido u otro, ya sea con un reencuentro o una ausencia.
Toda despedida, como todo inicio, es un ejercicio de conjetura. Al despedirse, el diálogo adopta el compás de la distancia: una conversación se difiere, suspendida ante el vacío posterior. Quizá debido a ese vacío, los adioses por escrito provocan un eco. En Abrazos, abrazos (inamoviblemente), María Tinaut convoca a Carmen Conde y a Amanda Junquera a través de su palabra escrita. A lo largo de 42 años de correspondencia flota un deseo de proseguir tras cada despedida. En el fondo, esta obra trata la ausencia como el lugar íntimo que la palabra no alcanza a verbalizar, pues hay carta donde falta la presencia. Entre líneas, de ese silencio brotan una luz y un erotismo inexpresables. No hay franqueo suficiente que pueda hacer llegar tantos abrazos y tanto amor a su destino, y sin embargo imagino a Carmen y Amanda recordándose mutuamente sus propios anhelos de futuro compartido, rompiendo la escala de tiempo lineal de lo posible. Carmen Conde escribió: “¿De dónde este vaso de silencio, y este frío, y / esta emoción de distancia?”, y lo hizo antes de que ellas se conocieran. Como sobre la hoja en blanco, en la blancura de este muro la palabra se vuelve imagen; suele ocurrir así con la escritura que nos conmueve: al dejar huella, se convierte ella misma en esa huella.
Sí, a priori la despedida solo es potencia de despedida. Era septiembre cuando Kafka escribió en su diario: “la carta de despedida es ambigua como mis sentimientos”. Cómo seguir, en fin, cuando no se sabe si algo ha terminado, si se encuentra al borde de su clausura o a punto de marcharse. Si no hay continuidad, ¿cómo continuar? Quizá yéndose a otra parte, moviendo al menos lo inmediato, provocando un cambio. Así ocurre en Y cuento contigo para el amanecer, obra que deriva de una serie que Tinaut inició en 2021 a partir del teñido manual de fundas de colchón remendadas. El tránsito del díptico inicial a la obra solitaria sugiere, además de una experiencia de distanciamiento y ruptura, una reafirmación del cuerpo individual. Al observar la amplitud de esta tela, reparada como con puntos de sutura, evoco una nota de Canetti que quizá María recuerde: “Ya nunca más podremos odiar a quien hayamos visto dormir”. En esta intemperie azul, tensada sobre bastidor, sobrevive un despliegue de ternura, un deseo vulnerable y sonámbulo.
El día que María compartió conmigo una cita de Jeanette Winterson, yo le respondí a través de Simone Weil:
– ¿Por qué es la pérdida la medida del amor?
– ¿Por qué en cuanto un ser humano da muestras de tener alguna o mucha necesidad de otro, este se aleja?
Aunque queden por escrito, hay preguntas que permanecen en el aire.
Sobre un camino de tierra vi fragmentos cerámicos que se correspondían, separados entre sí por unos milímetros. Pasé de largo, y cuando al día siguiente regresé para recogerlos, solo encontré uno de ellos: un principio y una despedida. En otra ocasión, en la orilla del mar metí la mano a ciegas en la arena, bajo el agua. Palpando a tientas, mis dedos rozaban trozos de cerámica rota; los extraje uno a uno hasta que no pude abarcar ninguno más en la palma de la mano. El esmalte, blanco y con algún detalle azul, ya estaba craquelado. Sus contornos eran suaves, resultado de la erosión de años. ¿Qué hacer con el desconsuelo de lo que está roto? En los tres platos reconstruidos en Untitled (blue again) I, II, III, María Tinaut intenta devolver los fragmentos a un estado común pero imposible. A veces lo hacemos: en nuestro intento por revivir nos desvivimos.
Para Jean-Luc Nancy, “dormir juntos equivale a compartir una inercia, una fuerza (…) como dos barcas que se alejan hacia la misma alta mar”. Desconozco si hay más inercia en un barco a la deriva que en uno con rumbo fijo; frente a El mar, aún más cerca percibo una ambigüedad. La imagen de dos barcos atrae hacia sí la mirada como una fuerza gravitacional, pero son dos manos juntas las que sigo observando. Están aún más cerca, aunque no logre alcanzarlas; hago gestos con las manos pero son inútiles en tierra firme. Como un ejercicio de prestidigitación, esta pieza es el resultado de un ocultamiento. Ambos fragmentos, barcas y manos, se sostienen entre sí gracias al espacio en blanco que, paradójicamente, los distancia. Al dividir la fotografía que subyace, la imagen se multiplica, y regreso al mar: en la secuencia fragmentada de lo que queda, dos barcas casi se rozan, pero para perdurar evitan encontrarse.
Salta mi mirada de un detalle a otro, procuro llenar los huecos pero también yo llevo conmigo un vacío. Como una constelación secreta, Tu imaginación, tu corazón, las lagunas es el rastro de un calendario de ecos, de recibimientos, de esperas. Puede que septiembre sea un mes de despedidas. Hay separación, puede que un exilio, quizá más de un duelo. Pienso en Clarice Lispector cuando escribió que solo trabajaba “con encuentros y pérdidas”, pues también eso ocurre aquí. and September’s clear and blue again acoge para, a partir de cierto punto, dejar ir.
Laía Argüelles Folch