María Ruido
Jue, 8 de septiembre - Sáb, 29 de octubre, 2022
Las reglas del juego
Apuntes para la ciénaga [Cartografías a partir de María Ruido] Brigitte Vasallo Dice Avtar Brah La palabra diáspora refiere a una «dispersión desde» y expresa, así, una noción de centro, de locus, un «hogar» desde el cual se da la dispersión. Aquello que diferencia una diáspora de un viaje son las circunstancias de la […]
Apuntes para la ciénaga [Cartografías a partir de María Ruido]
Brigitte Vasallo
Dice Avtar Brah
La palabra diáspora refiere a una «dispersión desde» y expresa, así, una noción de centro, de locus, un «hogar» desde el cual se da la dispersión. Aquello que diferencia una diáspora de un viaje son las circunstancias de la salida. No solo el quién, sino el cuándo, el cómo y el por qué. Una diáspora es un proceso de la Historia.
Entre 1950 y 1975, seis millones de personas en el Estado español abandonan la vida campesina para desplazarse a la modernidad urbana y capitalista, convertidas en mano de obra no cualificada, en extranjeras, en analfabetas, en paletos. Su locus, su hogar de orígen, carece de continuidad geográfica, de gentilicio: no vienen de un espacio sino de un concepto, de una forma de vida y de un sistema de creencias que desaparece con su éxodo, con su migración.
Las circunstancias históricas de este proceso se inscriben en el marco de una guerra contra el campesinado por parte de las oligarquías y de los grandes terratenientes articulados bajo el régimen militar franquista. Tras la caída del proyecto fascista europeo para Europa al final de la Segunda Guerra Mundial, el régimen queda aislado por la comunidad internacional; pero un giro de su política económica es causa y consecuencia de nuevas alianzas que propician su pervivencia inusitada e inesperada. La consecuencia es la entrada desbordada del capitalismo liberal y la extinción de formas de organización social comunitarias que no logran adaptarse o que son incompatibles con el nuevo sistema impuesto.
Corrección: Las circunstancias históricas de este proceso se inscriben, por lo tanto, en el marco de una guerra contra el campesinado por parte de las oligarquías y de los grandes terratenientes articulados bajo el régimen militar franquista con el apoyo y el beneplácito de la comunidad internacional.
Nota al pie
aún no ha sido estudiada la relación entre las formas de violencias intergeneracional vividas en las familias mutantes y la violencia de la expulsión, de la transformación de los cuerpos en cuerpos proletarios y de la imposición del sistema sexo-género nacionalcatólico sobre las formas de género campesinas.
Interludio
[Electroclass] Los trabajadores son cooptados. Se ha proyectado su declive como clase: consumidores de productos, propietarios de viviendas. Por primera vez, sus hijos e hijas quizá no tengan que enfrentarse a los mismos trabajos agotadores y destructivos que ellos. La clase se convierte en un lugar que se quiere abandonar. ¿Y por qué razón no van a querer abandonarla? ¿Por qué han de volver a intentarlo, tras tragarse tantas derrotas?
Si yo fuese libre, escribiría
Siendo casi menor de edad y en la década más dura del franquismo, Delfina Vasallo salió de Chandrexa de Queixa, a 72 km de Xinzo de Limia, para ir a servir en Paris, a un idioma, una frontera y 1.410 km de distancia de su aldea. No creo que supiera leer ni escribir, habilidades que mostraba años después de manera dubitativa, temblorosa, y que tal vez adquiriera en París.
La que sería mi madre decía: la Madame Charmat me enseñó a cocinar y a usar los cubiertos. Frédéric Charmat, el niño que creció a su cuidado, fue artista. Tengo un cuadro suyo en mi casa y es lo único material que conservo de mi madre, a parte de las facciones de mi rostro que es (dicen) el suyo. Yo nací cuando mi madre creía estar volviendo a España pero escogió, por falta de información, instalarse Cataluña. A un idioma, una frontera nacional no administrativa y 984 km de Chandrexa de Queixa. Este error de cálculo, esta ignorancia, la condenó a seguir siendo emigrante después de su regreso. A ser extranjera cuando había tomado la decisión de dejar de serlo.
Todo este destierro que acarreamos es poco más que eso: un error, un malentendido de apenas unos cientos de kilómetros.
En 1963, Dolores Ruido salió de Xinzo de Limia, a 72 km de Chandrexa de Queixa, para ir a envolver chocolates a una fábrica cercana a Hamburgo, a un idioma, una frontera y 913 km de París. Su historia está recogida en el film La memoria interior. María Ruido, su hija pequeña y directora de esa película, creció en Xinzo a cargo de sus hermanas y hermanos.
Cuando nos conocimos, María me dijo: nós as duas somos o mesmo: ti creciches con nai mais sin terra, eu crecín con terra mais sin nai.
Esa identificación desde la carencia es una forma de hogar.
Lo que no somos, dice Marlene Wayar, nos define tanto como lo que somos.
Y canta Mayte Martin: se ha borrado a la arena la huella del pie descalzo pero le queda la pena, y eso no puede borrarlo
La vida campesina es la alteridad fantasmagórica de la modernidad urbana, la otredad cosificada y deshumanizada, el constructo creado para afirmar un contrario, sin entidad más allá de su uso como antítesis. La gente del campo es retratada como infrahumana, como humanidad en proceso de humanizarse, sin voz política válida ni agencia reconocida. La vida campesina se dibuja como indeseable y solo cabe la narrativa del autoodio, del rechazo y del agradecimiento por la superación de ese estado.
Las formas de pensamiento y transmisión propias de ese contexto son resignificadas y ridiculizadas: el habla deviene deje y la oralidad deviene analfabetismo. El único proceder válido es el burgués: las normas de género, el refinamiento del cuerpo, la gestualidad, la forma de vestir, de caminar, las aspiraciones, los sueños, la manera de follar y con quién y con quién no, las palabras, el tono de las palabras, los temas válidos y los temas tabú.
(La burguesía, por definición, no habla de dinero, ni de sexo, ni de muerte)
El campo, lo rural, es un problema a resolver por las lógicas que entienden la modernidad urbana, ilustrada, como forma superior de vida. La pobreza de ese campo en concreto se entiende como «la pobreza del campo», una cualidad esencial a la vida campesina y no un accidente relacionado con el capitalismo industrial, la inaccesibilidad a los medios de producción mecanizados y los macroprocesos económicos que imposibilitan formas autónomas de subsistencia que no sean marginales.
Ambas esferas, la modernidad urbana y la vida campesina, son construidas como excluyentes. Y ese mismo proceso de construcción, las hace de facto excluyentes. Todo aquello que llamaremos cultura pasa a ser patrimonio de lo urbano. Y pasa a estar en manos de las clases dominantes en y de lo urbano, que marcan sus normas de acceso y de pertenencia. Tienen los medios de producción de la cultura. Las obreras, cuando entran a producir cultura y no solo a consumirla, lo hacen ya desde las lógicas de la alienación.
Dice Avtar Brah
En las diásporas, las circunstancias de llegada son tan importantes como las de salida. Aquello que refiero –dice ella– como “espacio de diáspora” abarca la comunidad diaspórica y las comunidades no desplazadas, las relaciones que se establecen entre ellas, así como las relaciones que se establecen entre diferentes diásporas.
Independientemente del lugar donde llegáramos, denomino diáspora txarnega a esta expulsión de lo rural bajo el régimen franquista. Lo llamo así por darle un nombre que sea feo, por darle un nombre que suene mal, por darle un nombre que no esconda la violencia, que no agache la cabeza, que le de vergüenza al amo por una vez, que se le caiga la cara de vergüenza cada vez que lo pronuncio. Lo que denomino la diáspora txarnega parte de un lugar que es ontológico. La dispersión nos convierte en un monstruo policéfalo de cabezas desiguales: lo que somos y lo que no somos en nuestras llegadas a Cataluña, Madrid o Euskadi, Alemania, Francia o Reino Unido, Argentina, México o Brasil.
En el «espacio de diáspora», para completar el mapa, la cartografía –por seguir con la nomenclatura propuesta por Brah– debemos incluir a las poblaciones que quedaron en el lugar de origen, sosteniendo el vacío de nuestra ausencia.
Interludio
[La memoria Interior] Hoy, cuando llego a casa, me siento extranjera; soy ya una extranjera, como condición, como deuda.
Dice Avtar Brah
El concepto de diáspora pone el discurso del hogar y la dispersión en tensión creativa, inscribe un deseo de hogar al mismo tiempo que critica los discursos que hablan de orígenes fijos.
El hecho diaspórico desborda el viaje de la diáspora y desborda la generación del tránsito. Las hijas de la diáspora seguimos en movimiento hacia el ser aspirado, hacia la promesa, hacia el devenir imaginado en el momento de dejar nuestro mundo originario atrás. Si nuestra comunidad ha sido desarticulada para progresar, nosotras debemos progresar, porque el sacrificio ha sido enorme. El tablero está desplegado y solo nos queda jugar.
El ser imaginado es algherenciauien que ha dejado atrás la condición de subordinado.
¿Qué es lo contrario a la subordinación?
Aquello que denomino la memoria del hambre es una herencia tan presente y tan tangible como la herencia de un apellido ilustre. La vergüenza de la memoria del hambre es tan consecuente como el orgullo de la acumulación (especulativa) de capital simbólico. La deuda que llevamos la pagamos con movilidad social, esa es nuestra condición: la obligación de continuar el camino que nos aleje del ser subordinado.
Las clases dominantes no saben que lo son.
Lo saben.
Las clases dominantes no saben que su condición de dominantes opera en todos los gestos, en todas las relaciones, a cada momento. No es falta de información: no lo saben porque les da igual. No lo saben porque no saberlo forma parte de la dominación. Hay una neutralidad parecida a aquella de la hombría y de la blanquitud. Hay una transparencia, un silencio. Lo que no se nombra es lo que más existe, pues no necesita siquiera de ser nombrado. Adentrarse en el espacio de las clases dominantes, en su espacio físico, en el espacio que se han creado para sí mismas, para su propia validación y reproducción de clase – el museo, la academia, el cóctel del encuentro literario o el encuentro literario en su conjunto – adentrarse en ese espacio es un ejercicio de disimulo de una misma y de disimulo de la violencia de ese espacio. Cada apellido es un insulto. El apellido de los verdugos que te saludan como si fuesen tus iguales porque saben que no lo son y marcan a fuego, con esa pantomima, el profundo desequilibrio. Porque yo, para ser una igual, no puedo ser yo. Y ellos, para igualarse a mí, deberían dejar de existir.
Si yo fuese libre, escribiría
Hay okupas que están llenas de criaturas de papá que odian a papá y quieren plantarle cara. La burguesía es jodidamente autoreferencial y se adueña de todos los espacios. Para acceder a los suyos tienes que disimularte; para habitar la resistencia tienes que hacer como si no los reconocieses cuando se visten de ti. Hacer de tripas, corazón. Disimular lo que sabes y lo que ves. Hacerte dócil.
Sonreír es una forma inquietante de subalternidad.
Hay okupas que están llenas de criaturas de papá que odian a papá y aborrecen las faltas de ortografía.
Estas okupas huelen distinto. No es un olor: es una intuición, un sonido, unas formas que perduran, que se sienten en la manera de entrar en la sala, de sentarse o levantarse de una mesa, de tomar la palabra o de soltarla, de mirar o de no hacerlo.
Lo contrario a la subordinación es ese olor. Abandonar la condición subalterna es notar ese olor a pesar del disimulo. Es odiar ese olor. Las clases dominantes disimulan en las okupas como yo disimulo en el museo, pero su mentira es aplaudida y la mía es humillante. Es la continuación de una humillación histórica.
La subalternidad es esa lógica, y su contrario es ilegal.
Ese hedor a autoridad lo aprendí en los gestos de la señora donde limpiaba mi madre, en el empleado del banco fastidiado porque mi padre no sabía leer, en el profesor disgustado por mi acento mi deje mi ropa mis maneras el tono de mi voz o el volumen de la misma. Mi zafiedad que arrastraba aún la tierra bajo las uñas. Y ese silencio que se hace a tu paso cuando entras en aquella reunión de trabajo donde eres la única que no estuvo en el bautizo en la fiesta de graduación en aquella cena aquel encuentro secreto entre gentes de izquierdas que se encuentran en lugares secretos para hablar de cosas secretas y de izquierdas.
Y encima con esas pintas, ese cuerpo de campesina disimulada, esa ropa barata.
Y ese apellido de mierda.
Pero el silencio os delata. Por mucho que dejéis de ducharos, oléis jodidamente a limpio.
Interludio
[Ficciones Anfibias] No encuentro mejor imagen que la del anfibio para definir la adaptación de los trabajadores a los cambios en el sistema productivo. Nada se asemeja más a una mujer que circula en su extensa jornada entre el trabajo asalariado y el trabajo invisible que la doble respiración y, en el mejor de los casos, la sangre fría.
Dice Alba Solà Garcia
Podemos entender la expansión del capitalismo europeo dentro de sus propias fronteras como un proceso de colonización, trazando una historia de dominación y subalternización de una otredad que incluye el campesinado comunal. Así, el capitalismo europeo, desde sus inicios hasta el presente, habría llevado a cabo la dominación, la aniquilación y el borrado de identidades, culturas y formas de vida otras; esto es, formas de producción y reproducción distintas, para instaurar un único sistema de expropiación y pensamiento.
Si yo fuese libre, concluiría
Las formas sociales de las clases dominantes son incompatibles con la vida.
Me daríais pena si no me dieseis tanto asco.
Me he comprado un piso para ser libre en lugar de mentir.
Me he comprado un piso lo bastante lejano y lo bastante roto como para ser barato. Lo he comprado en efectivo, con dinero que llevo años escondiendo en una caja.
Yo no escondo el dinero de la vista de los cacos, lo escondo de la mirada del amo. Los cacos no me miran: al verme, dejan de mirarme. Para el amo soy cualquiera: y por eso.
Llevo años escatimando dinero a la vida social, a los viajes, a las vacaciones, al negarme a hacer trabajos que me repugnan, a la ropa nueva más allá de la estrictamente necesaria para el estrictamente necesario disimulo, al comer cosas que me gustan y que me hacen bien, al ir a terapia para no medicarme. Es así que he llenado la caja: vaciando.
Lo contrario al capitalismo no es el anticapitalismo, es el tener techo.
Mi miedo más grande es dormir en la calle.
Mi miedo más grande es que mi hijo duerma en la calle por un error mío. Por un error de cálculo mío. Por haber mordido la mano que me alimenta. Por haber escupido a la cara del amo con esas cosas del escribir como si yo fuese libre. Calladita no estoy más guapa, pero estoy más segura.
Me daríais asco si no me dieseis tanto miedo.
Apuntes para la ciénaga [Cartografías a partir de María Ruido]. Con fragmentos de “Cartografías de la diáspora” de Avtar Brah, “Electroclass” de María Ruido, “Travesti, una teoría lo suficientemente buena” de Marlene Wayar, “Por la mar chica del puerto” de Mayte Martín, “La memoria interior” de Maria Ruido, “Ficciones anfibias” de Maria Ruido, “Campesinos, punks y charnegos” de Alba Solà Garcia.