Para su segunda exposición individual en la galería Rosa Santos, Mar Reykjavik presenta un conjunto de obras que incluye una escultura, una instalación cinemática y una película. El continuo interés de Mar por ensayar con las formas del presente (o la forma en la que emergen presencias) la ha llevado a crear La Voltereta, un ambicioso sistema que se auto-constituye a partir de sus preocupaciones sobre la metodología, tensiones entre estructura y contenido, archivo y repertorio, repetición y singularidad. Este material ontológico se fusiona para crear otras lógicas que ponen en cuestión la utilidad de los sistemas del arte para la vida. El trabajo de Mar se desenvuelve desde el video ensayo y a partir de construcciones ya existentes que ella trata de comprender desde dentro. De esta manera, es capaz de desentrañar sus mecanismos y crear otra estructura a partir de relaciones, experiencias vividas y percepciones. La Voltereta: Vaca minando un bichito presenta una nueva instalación donde la artista se acerca al estudio y experiencia de lo visual para formular la cuestión principal que impulsa este proyecto: ¿es posible crear un ensayo visual con forma volteretística?
I El impulso. Muchas versiones, por lo tanto, muchos mundos
La exposición da comienzo con una escultura combustible en el hall de la galería. La esfera, compuesta por dieciséis lados y construida con listones de madera natural, se mantiene erguida como material inerte, vectorial y compleja, similar a la técnica del maestro fallero que aún trabaja los volúmenes con la vareta. Observar una estructura de impecable precisión geométrica es una experiencia muy placentera, pero esta pieza también funciona como un continuum desde donde emergen, se pliegan y despliegan todas las obras incluidas en la exposición, de manera que parecen funcionar como versiones de un mismo sistema. Es a Nelson Goodman a quien le debemos la exhortación “many versions, hence, many worlds” – donde predica la posibilidad de crear múltiples versiones de un mundo-sistema. En su traslación al arte esta idea confiere una continuidad a la práctica de versionar objetos, probando así los límites de la frontalidad y la representación.
II La caída. Una tecnología nada tecnológica
En la sala contigua, una gran estructura funciona como plataforma y escenario horizontal para una instalación cinemática que se sitúa en el eje central de la exposición. Lleva el título que da nombre a la muestra y está acompañada por una serie de cajas de luz con transparencias que realzan las cualidades de la emulsión del celuloide extraído de la película y dispuesto por secuencias. El dispositivo está compuesto por los elementos más básicos del cine analógico: un proyector de ocho milímetros, películas y rollos. Su diseño evoca un circuito eléctrico o de carreras por el que serpentea el film en loop. La máquina proyecta la luz sobre el metraje que siguiendo un movimiento curvilíneo revela los primeros planos a veces nítidos y otras borrosos, de la anatomía de unas vacas que parecen caminar a dieciocho fotogramas por segundo. Mar se inspira en los estudios de Temple Grandin y su traslación al diseño de un sistema destinado a mejorar el bienestar animal. Una tecnología que parte de un método asociativo de imágenes que es capaz de desafíar el lenguaje y eludir el pensamiento como único motor de representación verbal. Aquí, la expansión del medio visual analógico toma como expresión la instalación para construir una tecnología que se despliega desde la intuición y las imágenes desde donde se desprende el pensamiento.
III La vuelta. Si lo puedo hacer, lo puedo pensar
La Voltereta se proyecta en la última sala. La película está estructurada formalmente en tres actos, conceptualmente en cinco y coreográficamente en nueve. La versión, el canto, la adolescencia, la tecnología y el fuego son la base desde donde se levanta este ensayo metodológico. Tal y como la obra sugiere podríamos decir que pensar con el cuerpo es pensar con la acción. Es decir, ponemos el pensamiento en lo que el cuerpo es capaz de hacer, en vez de analizar la práctica del movimiento. La tarea de abrir esa acción al exterior se la debemos a Erin Manning quien sostiene que cada práctica artística es por sí misma una manera de pensar en el acto. Siguiendo esta lógica, no se trataría de repetir el ensayo como fin para alcanzar il virtuoso, sino como la propia Mar señala, “hacer un pequeño desplazamiento con un gesto es confiarle a la acción su singularidad”. Poner la confianza en el cuerpo como motor de pensamiento es una constante en la obra de la artista, quien nos muestra primero en digital y luego en analógico, los cuerpos de una adolescencia en transición que devienen autosuficientes en el ejercicio suave de la ejecución inacabada en el local de ensayo. La Voltereta es un lugar de transformación donde la performance, la secuencia y la variación, suceden a diferentes ritmos. Es en ese espacio físico y temporal donde se inscribe el presente desde donde emerge el material para hacer este video ensayo. La Voltereta nos enseña cómo desplazarnos de la rigidez lineal de la estructura, el patrón y la repetición para volver a colocarnos sensualmente en nuestro propio eje.
Texto: Gema Darbo