No hay mucho que explicar. Quien conozca la manera en que Xisco Mensua aborda su trabajo como artista lo sabe. No hay mucho que explicar. Y a quien tenga la suerte de acercarse por primera vez. ¿Qué decirle?
Lanza Agnès Varda en Los espigadores y la espigadora la siguiente frase: Esta es mi idea: filmar con una mano la otra. Envuelta en la característica postura naif de Varda, esta afirmación llega en el instante en que su mano grabada oculta la postal de un autorretrato de Rembrandt. Varda aborda el poder de la imagen o el poder de decisión de la cineasta; pero, lo que es más importante, define su práctica como un ejercicio contenido en la distancia comprendida entre ambas manos, y revoluciona el lenguaje si asumimos que en ese espacio limitado se encuentra el relato y, con él, la posibilidad de que la película cobre forma.
Reviso en detalle Diarios, esa filmación vertical que Xisco Mensua ha montado a partir de breves cápsulas de vídeo registradas, en gran medida, entre su estudio de Rocafort y su casa de Montcada. Días, noches, interiores o exteriores. Citas bibliográficas, fragmentos de películas, canciones o dibujos propios que remiten a todo lo anterior. La vida se desarrolla en una especie de espera, en la comodidad aparente de un entorno cotidiano, que sin embargo revela cierta urgencia por no dejarse nada. Los planos dejan constancia de la presencia del artista, a través de su respiración, de la mano izquierda -a veces temblorosa-, de la luz del flash reflejada en los cristales o en la pantalla del televisor. En ocasiones surge él mismo, en la oscuridad, como una sombra, como la silueta que es en esa tela que titula Escribir el alma. Un cuerpo cubierto de citas a propósito de la locura, el sueño, la muerte, el suicidio, el alma y la enfermedad. Esas composiciones sobre la vulnerabilidad que se define de algún modo en el título de esta exposición: El amor es triste.
Surge, hacia el ecuador de Diarios, un fragmento de Lola, de Rainer Werner Fassbinder. Aparecen los créditos y la cámara inicia una panorámica. Se detiene brevemente en una pizarra sobre la que se dibuja en tiza una rosa, y sigue el recorrido en busca de los objetos más cercanos. Surgen entonces una mesa sobre la que descansan un rotulador, un cuaderno de dibujo, y sobre este un libro. El ángulo se abre y enfoca lo más cercano, un plato de fresas y un tenedor. De pronto asoma una mano, la que no graba, que agarra el cubierto y busca una fresa. Se inicia el diálogo en la película y la cámara se vuelve con rapidez, cerrando su ángulo sobre la pantalla: ¿Por qué me lees solo poemas tristes? Los poemas son siempre tristes. No puedo creerlo. ¿No podrían ser alegres por una vez? Un poema sale del alma. Y el alma es triste. Es cierto, es cierto. ¿Y por qué es así? Porque el alma sabe más que la mente. Por ello es triste. Mensua, como Varda, define en esa acción simple las claves de un trabajo que bebe de un afuera que se encuentra inserto en la vida. No importa que la acción se desarrolle en el estudio, en el escritorio o sobre la mesa de la cocina. Las referencias surgen y se manifiestan del modo en que aquí se plantean, y por una simple razón, porque no existen divisiones claras entre lo que corresponde a un momento o a otro. Recuerdo entonces a Varda contando cómo durante el largo período de crianza de sus hijos, decidió adquirir una gran extensión eléctrica y rodar en su vecindario de París. Filmar exclusivamente en su casa y allí donde el cable llegase. Vuelvo a Diarios. Xisco lee un libro, graba su mano sosteniéndolo. La cámara registra la página 80 de una edición que desconozco de Lejos de mí, un estudio de Clément Rosset sobre la identidad. En ella el francés define la introspección como una contradicción en los términos: un “yo” no puede tomarse como tema de estudio, del mismo modo que una lente telescópica no puede tomarse a sí misma como objeto de observación.
Pocas veces he oído a Xisco Mensua hablar en sus propias palabras. La cita es algo que surge constantemente en cualquier conversación de la que él participe.
Prueba de esa naturaleza es que, el amor es triste, ha sido lo único que se ha permitido decir en esta ocasión, una afirmación que sin embargo podría figurar en ese guion de Fassbinder, o en cualquiera de los fragmentos inseridos en esta exposición. Busco en un cuaderno de notas una frase de Jean Baudrillard en la que afirma que las palabras son portadoras y generadoras de ideas, más quizá, que al contrario. Reviso entonces un fragmento de una conversación que Nacho París mantuvo hace algunos años con Xisco Mensua. En él sostiene que este ha concebido la palabra como algo visible, como una imagen sobre el plano, como si palabra e imagen fueran fruto de una misma operación intelectual y produjeran objetos idénticos, generando una obra que aparenta estar enredada plenamente en las redes del lenguaje pero que manifiesta la irreductibilidad de la imagen a la palabra y de la palabra a la imagen, resistente a la competencia lingüística, a la descripción o la interpretación verbal, y que se constituye como una presencia más que en una representación […]. Quizás esto explique que la pared principal de su estudio, esa sobre la que suelen pintar los pintores, probablemente por una cuestión de prioridades, se encuentre sin embargo ocupada por una seleccionada biblioteca, mayor incluso que la de su casa.
Como exposición, El amor es triste cobra formas diversas, algo que anuncia ciertos cambios en la manera en que Xisco Mensua entiende la relación que ha establecido entre la cita y la pintura. Aquí y ahora se alcanza un punto de inflexión que cobra forma en diarios fílmicos o en cerámicas, pero se abre también una puerta a la pintura que se materializa en ese lienzo que lleva el título de la exposición. El amor es triste es de algún modo lo único que podríamos catalogar aquí de pintura-pintura. Se trata del retrato de una niña absorta -su sobrina-, ensayando con una guitarra a través de las partituras que observa en un dispositivo digital. Un dispositivo que es una puerta, un acceso a lo demás, un retrato del aprendizaje, de la emoción de ser capaces de arrancar a ese instrumento unas notas que juntas sean una melodía. No sé quién ha dicho eso de que el pájaro no canta porque sepa cantar, sino porque tiene una canción, pero tiene todo el sentido ahora, cuando leo la respuesta que el propio Xisco Mensua dio a Nacho París en aquella conversación: Mi postura es la del estudiante, en la que no hay nada definitivo, y que hay que cuidarse de la tentación de que las cosas que funcionan se conviertan en recursos.
Ángel Calvo Ulloa