Teresa Cebrián
Vie 4 Octubre - Vie 10 Noviembre, 2012
Cuando las palabras desaparecen
PARA TERESA CEBRIÁN Román de la Calle La memoria tiende a convertirse en excelente palanca de experiencias futuras, por eso suele ser tan adecuada para dar cobijo a nuestros propios recuerdos. // Ayer logré constatar, en unos escuetos segundos, que la imaginación puede funcionar como oportuna rueda de repuesto de la creatividad. // Cada vez […]
PARA TERESA CEBRIÁN
Román de la Calle
La memoria tiende a convertirse en excelente palanca de experiencias futuras, por eso suele ser tan adecuada para dar cobijo a nuestros propios recuerdos. // Ayer logré constatar, en unos escuetos segundos, que la imaginación puede funcionar como oportuna rueda de repuesto de la creatividad. // Cada vez creo que, con la edad, mi percepción estética se va dejando tutelar, con más asiduidad fuerza y eficacia, por la imaginación y por la memoria. // Sueño en convertir la extensión estandarizada de mi lecho en el solar disponible para poner a secar la piel de todos aquellos fantasma que más me han agobiado y perseguido. Y, luego, dejándolos allí, intentaré cambiar de cama para siempre. // En los momentos de acuciante tensión creativa, solemos esforzarnos por mirar primero hacia nosotros mismos, luego hacia la realidad circundante y finalmente hacia la historia. Introspección, mímesis y relectura son, pues, tres procesos clave que nos acompañan, para poner a prueba la “inventio” contemporánea. // ¿Por qué será que concebimos la memoria como habitual depósito de recuerdos y no tanto como envidiable almacén de posibles proyectos, aventuras y recurrencias? // A veces olvidamos lo relevante que puede llegar a ser la presencia de los distintos materiales en las propuestas artísticas. En realidad, controlan ampliamente el resto de registros utilizados: la adecuación de las formas, el comportamiento de los colores, la segmentación del tema mismo, las tensiones entre tiempo y espacio y sobre todo el esfuerzo que acompaña al quehacer. E intervienen, por lo general, muy discretamente, como quien no quiere… // Las modalidades de la terapia en el contexto del arte están prendidas directamente del arco histórico de sus posibles funciones: es decir, siguiendo las duales expresiones clásicas, prodesse et delectare / movere et docere / deprehendere et laxare animum. // ¿Por qué olvidamos el papel del dolor y la soledad, de la angustia y del vacío en la creación artística? Solemos relegar, en lo posible, estas palancas fortísimas y eficaces para la construcción de imaginarios o a lo sumo las dosificamos al máximo, quizás egoístamente para no sentirnos desbordados y sobrepasados. // Nos cuesta tanto pensar que la interpretación personal de nuestras obras no será sino una más de las lecturas aleatorias que vendrán a superponerse a ellas. Al fin y al cabo, son la historia y el tiempo las auténticas barandillas de la hermenéutica ortodoxa que quedará fijada y establecida oficialmente en el futuro.
Con todo mi cariño. Las he ido construyendo y redactando pensando en tí.
UN CENTENAR Y POCO MÁS DE PALABRAS
David Pérez
Las palabras hablan al margen de vidas concretas y voluntades particulares: más que decirlas, lo que las mismas hacen es decirnos, ofreciéndonos la posibilidad de que seamos posibles. En su hacernos lenguaje trascienden nuestro vivir, de ahí que el decir sobre su desaparición no responda al ocaso del decir. No son las palabras las que se despojan de significados, agotando y callando sus sentidos: es nuestro leer y escribir el mundo el que nos aleja de las palabras. Su lejanía —tan próxima, sin embargo— sutura nuestro discurso: un hablar sin decir en el que la escucha, ausente, se desplaza sin oír que no oye.
ELOGIO DEL NO SER SIENDO
Maite Beguiristaín
No hay nada que mate más que la vida. ¿Por qué, entonces, tanto pudor, tanto miedo a tratar con la muerte? La llegada a la vida es un acto involuntario, y no siempre feliz, sin embargo, la muerte puede ser voluntaria y, por tanto, un acto de libertad y de liberación. Prepararse para la muerte es consustancial al vivir y dejar un rastro es inherente al deseo humano. En los caseríos de mi pueblo a los muertos se les enterraba bajo el alero de la casa para que siguieran protegiéndola y la casa tenía, siempre, un camino que conducía a un lugar sagrado. Los cuerpos, presentes, el camino es el viaje y el cordón que une dos estados del mismo yo.
UN VOLVER A EMPEZAR
José Luis Pérez Pont
Es constante la exaltación de los logros físicos, a la par que los objetos y las formas acaparan permanentemente nuestra atención. Ahora que las palabras se muestran en una sobreabundancia como nunca la humanidad había conocido, cuando las tecnologías de la comunicación han ampliado la posibilidad de que un número creciente de usuarios puedan compartir las suyas –sus palabras- es quizás cuando éstas parecían haber perdido parte de su influencia, desplazadas por la fuerza de las imágenes y su eficaz narración.
Las palabras lo pueden todo, a veces permanecen suspendidas sólo unos instantes como parte de una conversación y otras veces quedan conservadas para un desconocido que algún día podrá darles otro uso. Las palabras son como los adoquines con los que construimos caminos, son las piezas con las que Teresa Cebrián ha construido una obra que, en lo personal, significa un punto de inflexión en su práctica artística. Las palabras, como representación de la voz y de la necesaria autonomía de pensamiento, vienen a reafirmar su uso en la escena íntima y su necesidad en la esfera pública. No existe la posibilidad de excluir las causas y los efectos de lo global sobre lo individual, ni que las circunstancias de lo personal no transformen nuestra relación con el mundo.
Puede que nuestra sociedad haya llegado a valorar en exceso el significado de lo aprehensible y seguramente debamos reorganizar nuestra escala de valores, readaptarla a una medida más ajustada, mas cercana a la realidad circundante. Una parte considerable de la producción artística de Teresa Cebrián se ha basado en el desarrollo formal de ideas y emociones, donde la experiencia táctil y visual cumplen una función importante en el proceso de trabajo y en la propia experiencia del espectador. Muchos otros de sus trabajos, menos conocidos en España, han estado motivados por la relación con el entorno social de las comunidades que ha visitado en distintos países, con una valiosa carga vivencial tanto para la artista como para las personas participantes en los mismos.
Hace ya mucho que el arte dejó de ser un elemento estático, pues en realidad siempre ha sido una herramienta para poner en comunicación a las personas más allá del lenguaje común. Esa capacidad de decir no se ve limitada por las formas empleadas para su representación ni por la lengua de origen de su autor, su riqueza está en trascender esas barreras para penetrar en cauces naturales de comprensión, como una parte inmanente a la condición humana.
Podría decirse que Teresa Cebrián exhibe aquí su propia piel, una superficie rica en términos y valiosa en simbolismo, una piel arrancada a tiras, con la determinación de quien vuelve a nacer, liberada desde ahora del peso de las formas para administrar un manantial que fluye por cauces nuevos.
Buscando una cápsula de tiempo, queriendo regalar palabras mejores que las propias, deseando compartir emociones como forma de poner en la boca el alma, he encontrado las palabras con las que Pedro Guerra dio forma a la letra de la canción Tiempo y silencio, escuchadas en la voz inigualable de Césaria Évora:
“Una casa en el cielo
Un jardín en el mar
Una alondra en tu pelo
Un volver a empezar
Un deseo de estrellas
Un latir de gorrión
Una isla en tu cama
Una puesta de sol
Nacer en tu risa
Crecer en tu llanto
Vivir en tu espalda
Morir en tus brazos
Tiempo y silencio
Gritos y cantos
Cielos y besos
Voz y quebranto”
SIETE VECES SIETE
Álvaro de los Ángeles
Al pronunciar palabras, al hacerlas audibles, salidas del pensamiento que las construye para ser dichas, las palabras ya no son nuestras. Son dichas por nosotros, defendidas por nosotros, pero están ya ausentes de autoría. La autoría es el primer gran error del ser humano; sin la autoría, sin embargo, no terminamos de ser, de construirnos como tal humanos. Esa es nuestra paradoja. Cuando la artista construye esculturas con palabras no dichas, pero sí esculpidas, tratadas como ideas que deban corporeizarse para ser leídas y, tal vez, pronunciadas en voz alta, entendemos que la realidad se construye.
Entendemos que la realidad se construye, y esa es nuestra paradoja; pues perdimos la capacidad de asumir que lo real viene dado, se otorga y se traspasa de mano en mano. De ahí lo ilustrativo frente a lo iluminado. Si la luz ya no es dada, sino que debe generarse, la hoguera será no sólo la fuente lumínica, sino también lo que nos dé calor. El humo desvaneciéndose hacia el cielo no es más poderoso que el que surge de la taza y se desvanece en el espacio de la estancia. La artista ha reivindicado una habitación propia; el té, entonces, era de frutos rojos, se sirvió frío y refrescó nuestras palabras.
Nuestras palabras siguieron el ritmo ascendente de las escaleras, de los recuerdos amarrados al suelo de rasilla de las terrazas, al recuerdo del helecho de los abuelos, al aire repentinamente fresco de la ciudad. La maleta es el símbolo del viaje, del sueño del nómada, de la esperanza de la vuelta. La artista dice que el nómada es aquel que siempre vuelve. ¿Qué pasa con quien siempre quiere irse y, como dijo Pessoa, “siempre se queda, siempre se queda, siempre se queda”? Imaginar la sombra de la soledad, alargada como un edificio estrecho y alto. Permanecer en él, como el dolor persiste.
El dolor persiste en las manos, y rememora una época de viajes y contrarios acercándose y alejándose sin aviso previo. Agarrar una herramienta, coser una pieza de látex, levantar con las manos una bandeja con una jarra, son símbolos de un proceso degenerativo. El arte es un proceso de transición, la delimitación de la duda. Exponerse abierto, saltar sin red, reconstruirse de nuevo… son el material de que están hechas las obras de arte. Mucho más allá de la belleza que puedan contener e incluso más allá también de lo que puedan desbordarse en la teoría la interpretación de sus conceptos.
Sus conceptos han ido y han vuelto a un territorio que ya ha sido descubierto, colonizado y abandonado por fases. Es el fin de una época en que las palabras se decían de viva voz o se pensaban para ser dichas de viva voz o manuscritas. Resuena un eco de una época que ya no está entre nosotros, de ahí el eco: ya desvanecido el sonido, nos queda el rumor insistiendo en no irse. Las palabras se han convertido en imágenes de las palabras. O en esculturas que, al ser convertidas también en imagen, pretenden cerrar el círculo. La capa de piel sintética abraza e intenta retener el hueco que deja la ausencia.
La ausencia resuena también en el interior de las cajas apalabradas. Y el “artist stament” plantea la cuestión de la política y el arte, del contexto social e histórico. “I’m an artist from the eighties”, empieza la presentación. ¿Se puede ser de una época sin evitar traicionarla? ¿Podemos reivindicar una época, a pesar de que nos haya atropellado y dejado secuelas? Hay décadas que están más presentes que otras, aunque cronológicamente estén detrás. Son esos años en que despertamos al pensamiento crítico y nos asentamos en él; esa es nuestra época. El resto acompaña esa construcción.
Esa construcción argumental que la artista solicitaba se ha multiplicado por el propio número solicitado. Siete veces siete, como una maldición prosaica; o una condena inviolable. Los marcos antiguos, usados, comparten un tiempo que las palabras también hacen suyo, pero que no han vivido. “Cuando las palabras desaparecen” perdemos la memoria, pero también el presente, la posibilidad de seguir siendo. Nos miraremos y escribiremos las fechas de nuestros mejores momentos para crear imágenes que nos recuerden que las palabras, esas mismas que nos decíamos entonces, han desaparecido.
CARTA A UN AMIGO
Orlando Britto Jinorio
Querido amigo,
Me preguntaste el otro día de quién eran esas obras y si conocía a la artista. Tardé algo en contestarte, te dije que sí, me sonreí, reconozco que estuve algo de tiempo en silencio mecido por los recuerdos, y cuando te iba a hablar sobre ella te habías desplazado y había dejado de verte. Al cabo de un instante observé que estabas conversando en el otro lado de la sala con una atractiva mujer vestida de blanco. Debo disculparme porque en lugar de esperarte me perdí, en realidad quise intencionadamente perderme, tan abstraído como pensativo en ese espacio de “las palabras perdidas”.
No quiero dejar pasar la oportunidad de contarte que no solo conozco a la artista, a Teresa, Teresa Cebrián, este es su nombre, sino que comparto con ella muy bellos recuerdos y experiencias, horas de trabajo siempre enriquecedoras a su lado, y conversaciones de una artista y persona imprescindible que ha vivido y vive intensamente la vida. Te hablo de una artista valenciana de dimensión universal que ha pulsado durante décadas entre su tierra natal y sus continuos espacios de encuentro, sus prolongadas estancias, con otras múltiples geografías culturales internacionales.
Una artista que ha pulsado y pulsa igualmente entre el silencio y recogimiento, y una interlocución personal siempre ejemplar y directa, clara y transparente, mirando de frente a tus ojos, como así ha mirado y mira a la vida. Intelectual independiente, con la sabiduría de tantas experiencias vividas y tantas lecturas asimiladas, controla en su interlocución y sabia dialéctica los tiempos como una excelente compositora. Distribuye con magistral naturalidad los espacios de humor y seriedad en sus conversaciones. Nada es gratuito en su habla al igual que en su trabajo. Tiene ese don de saber multiplicar los sentidos de las palabras, con lo que escucharla supone un ejercicio de atención imprescindible para no dejar que se nos escapen esos otros muchos posibles espacios de significación. A sus intensas pinceladas de conceptos le suceden bellas veladuras de pausas, silencios, risas y adivinadas sonrisas… Una sinfonía de emociones y verdades, también en el espacio telefónico, donde el tiempo se detiene para dar paso a las emociones…
Teresa es amiga de sus amigos sin fisuras, que nos deja – he de reconocerlo – en franca evidencia, pues no acabamos nunca de corresponderle con la misma generosidad con que ella nos cuida y está pendiente de nosotros. Sus llamadas y correos son siempre una dulce preocupación sobre cómo nos va con nuestras vidas, el trabajo, la familia, ¿y tu esposa y los niños? No sabes cuanto se agradece esto.
He compartido con Teresa, en nuestros espacios de descanso y esparcimiento tras intensas jornadas de trabajo, mis sueños más neosurrealistas revolucionarios. Una extraña suerte de deseo adolescente de cariz postmexicano confesado en la desinhibición de los gin-tonics entre Cantabria y la isla de Fuerteventura, y en otros tantos espacios de la imaginación. Sueños locos donde me veía entrando a caballo en los cabarets mientras allí se bebía y cantaba… Sueños y risas compartidas con Teresa mientras bailábamos salsa en un bar de Puerto del Rosario. Cada vez que nos acordamos no podemos parar de reírnos, es la capacidad de poder disfrutar, rememorar y revivir posteriormente los pequeños instantes de felicidad . Desde aquel instante tan surreal en que tanto nos reímos mi nombre se transformó ya para siempre para Teresa, y fue rebautizado por ella como Pancho el nuevo postrrevolucionario. (¡Qué casualidad! Cuando mi hijo era muy pequeño me inventaba cada noche para que se durmiera un cuento de las aventuras del perro “Pancho”, un presa canario trasterrado a la Península Ibérica. ¡Qué proyección tan simple! dirás querido amigo. Es la libertad de compartir y soñar con los niños, y también con los adultos, ¿porqué no? )
Pues bien, a partir de aquel momento una suave voz pausada y dulce es la que ahora en el teléfono dice y pregunta: ” Soy yo Teresa, ¿Como estás Pancho? “. Una voz que siempre reconforta, fonemas devenidos en palabras, voz de mistad y cariño.
No te puedes imaginar lo que se río Teresa cuando me atreví a por fin contarle que llevo más de dos años aprendiendo a montar a caballo junto a mi hija pequeña, !A mi edad¡ No paraba de reírse y sé porqué, seguro que me veía entrando a caballo en esos cabarets de mi imaginación. Yo también me río al escribirte estas letras.
Hablarte de Teresa Cebrián, querido amigo, es hablar de una artista con mayúsculas que ha sido y es respetada por el conjunto de su obra, por su coherencia y tremenda calidad conceptual y formal de su trabajo, y sobre todo porque en ella la palabra cobra su valor y sentido más hermoso: es siempre palabra y significante, una combinación indisociable. En su espacio de trabajo y vital no se habla por hablar, nada queda dejado al libre albedrío de la significación perdida. Las cosas que se dicen tienen un porqué o al menos abren interrogantes múltiples de significación, y es en ese territorio dialéctico donde nos encontramos de frente con la solidez y coherencia de su discurso y de su actitud vital. Teresa es de esas personas tan dulces como que impresiona y da cierto respeto a los hombres. Creo que me entiendes, y esto la hace por supuesto también tremendamente atractiva.
Este proyecto que ahora presenta, bajo el título de “Cuando las palabras desaparecen”, y que hemos podido visitar someramente juntos, es un alegato personal y artístico sobre la pérdida de significación de las palabras. Una pérdida que no solo acontece en el mundo globalizado de los medios de comunicación, en las nuevas estrategias y tecnologías de la comunicación, en esa comunicación fragmentada del sms, o peor aún, del chat, donde las frases se superponen y el diálogo se convierte en una suerte extraña de momentos convergentes con divergentes, sino que esta pérdida de valor semántico y simbólico también se ha producido tanto en nuestras vidas como en el propio arte contemporáneo.
Teresa me contaba en el proceso de trabajo de esta exposición como sus manos doloridas, en un ritual casi exorcisante y necesario, acababan por cortar, diseccionar las palabras, que ya amputadas y desgarradas de su valor original podían en su combinación, y des ó re-contextualización devenir en otros meta-significantes, en otros espacios o estados de significación distintos, convirtiendo el lenguaje en una realidad irreconocible, en un espacio de comunicación ya entre interrogantes…. Ante este vacío, ante este vértigo ¿Dónde situar la verdad? ¿Donde situar la justicia y la honestidad? ¿Qué le ha pasado al lenguaje? ¿y al arte? No es difícil entender que todo esto que nos plantea Teresa es aplicable igualmente a las relaciones sociales, y por supuesto a la política.
Bueno, tengo que dejarte por ahora querido amigo, solo decirte que me gustaría que volviéramos a visitar juntos esta exposición, en la soledad y tranquilidad de la cotidianidad, en silencio ante cada una de las piezas de Teresa, que podremos después comentar, si te apetece, en una terraza cercana. La terraza se llama “PALABRAS”, sí, así esta escrito en el toldo, con mayúsculas, y allí nos espera Teresa.
Un fuerte y cariñoso abrazo,
Orlando.