Moisés Mañas
Vie 27 Enero - Vie 10 Abril, 2012
Around, a word of network
[ Vídeo 01] [ Vídeo 02] Resulta ya tópico hablar de que a finales de la década de los noventa comenzamos a percibir los efectos de la revolución tecnológica, una revolución que ha descentralizado la cultura y el mundo, que ha multiplicado la globalización de los contenidos, aniquilado la autoría basada en un concepto sustantivo […]
Resulta ya tópico hablar de que a finales de la década de los noventa comenzamos a percibir los efectos de la revolución tecnológica, una revolución que ha descentralizado la cultura y el mundo, que ha multiplicado la globalización de los contenidos, aniquilado la autoría basada en un concepto sustantivo de autoridad, y multiplicado los intercambios culturales. Dicha revolución, a veces twiteRevolución, no se puede definir como un movimiento rápido y circular alrededor de un eje o un punto fijo, como quiere la física, puesto que ya no hay centros, sino como un espacio horizontal sintético y rico en fuentes de información, permanentemente móvil en el que todo se sacude, en el que todo es alrededor.
El propio universo del arte se ha visto agitado por esta interactividad en cuya matriz se sitúan las obras de Moisés Mañas. Sus trabajos, instalaciones interactivas, arte en red, audio instalaciones y sus producciones de arte electrónico, suponen la confluencia de un mundo de dispositivos, mecanismos, sensores, que funcionan casi siempre sin sujetos, o mejor, a pesar de los sujetos, en los que siempre se produce una inversión irónica entre los parámetros de lo que tradicionalmente consideramos la realidad en bruto, y sus hiatos respecto a los mundos electrónicos que se desparraman por esta, que ya le dan forma y la constituyen. Este giro se encuentra presente en Around a Word of network, una exposición en la que la tecnología nos ofrece un espacio en el que se desarrollan maniobras o tretas sobre todos aquellos que utilizan un término en relación al cual son seleccionados, desconociendo los efectos que dicha usablidad produce en sus twits, proyectados y seguidos por los usuarios de la instalación.
Comunicación de 140 caracteres como máximo, síntesis de los contenidos que circulan, seguimiento de fracciones imaginarias veloces y muchos minutos de anonimato. La cuestión es qué hacer con esos mensajes que nos rodean y que son entidades nominales tras las cuales presuponemos emisores. ¿Cómo saber dónde llega un mensaje?, o mejor, ¿cómo saber simplemente dónde, en un orden social y real conformado por significantes? Ese es nuestro espacio social, el nuevo orden público, la esencia de la tecnópolis como diría Postman, o de la telépolis de Echevarria. Es la realidad sin calificativos, en bruto, moviéndose a la velocidad de la electricidad y activando un dispositivo lumínico que también cobra una vida pendular en un movimiento de ida y vuelta al ritmo de lo comunicable y de lo transferible. Y aquí un nuevo giro irónico: si el péndulo de Foucault demostraba la rotación de la tierra y el efecto coriolis, aquí es el mensaje el propio medio, su abundancia la que produce el movimiento de la lámpara, la luz, la causa de los sentidos tan visuales como conceptuales.
De este modo el dispositivo eléctrico se traduce en un movimiento mecánico, en una obra que manifiesta que el mundo carece ya de referencias de identidad, de relación y de historia, éstas ya no son instancias observables, y en el que ya no hay símbolos posibles, sino simplemente síntesis en la medida en que la materialidad de los significantes carece de una perspectiva y se basa en la multiplicidad. En todas esas formas de telepresencia semántica no es posible disociar el discurso de la acción, el texto de nuestra circunstancia satélite, porque como considera De Kerckhove en el espacio electrónico todos somos nadie. La interacción es en tiempo real y se asiste a la irreductibilidad del presente a cualquier otra instancia narrativa que lo lleve más allá de sí mismo.
Pero en la ciberontología de los trabajos de Moisés Mañas la vida siempre se desarrolla en dos espacios, porque sólo como doble es posible la sátira. De este modo, si existe una ciudad postindustrial y cibernética ésta coexiste con la sociedad industrial, en la que nos definimos de acuerdo con el trabajo que se cumple en horarios de engranaje. Es el universo de lo mecánico, el de las mesas de taller, en el que creemos que manipulamos objetos, aunque son ellos los que nos habitan e interactúan sin fisuras, nos miran y nos relacionan, se relacionan, y en el que creemos insertarnos en la realidad neta y permanente, en su materialidad. Sin embargo es este espacio el que produce, por medio de movimiento lo virtual, la proyección visual de una matriz, algo fugazmente perceptible, el espacio en el que lo mecánico se transforma en impulsos eléctricos, en pura visualidad de lo inexistente. Así en esos espacios de trabajo intercomunicantes artefactos, objetos, e imágenes producto de una ilusión visual, ejercen sobre nosotros una especie de fascinación en su evidencia material y móvil. Todo lo sólido se desvanece en el aire y se puede establecer la intercambiabilidad de lo eléctrico y lo mecánico.
Con todo, se traduce una doble ironía, en torno a la que se constituyen las obras de Moisés Mañas, entre las fórmulas de navegación no lineal, hipertextual e hipermedia y la pura materialidad, en una interacción en tiempo real en la que se asiste a la irreductibilidad del presente, único tiempo, a cualquier otra instancia narrativa. Es el mundo alrededor moviéndose permanentemente en un trabajo que no se cierra mientras lleguen mensajes, y son éstos los que conforman el mundo, hecho de sólo de circunstancias. No hay contenedor para viajar con la luz, y es el espacio el que se desplaza, irónicamente no sale el sol, sale la tierra, y la idea de estar en el mismo sitio es simplemente una idea si tenemos en cuenta el movimiento permanente planetario, infinito alrededor de cualquier alrededor.
Como en las primeras décadas de toda revolución no percibimos todavía las formas del mundo que está por venir, porque estamos aún expectantes por lo que vemos desaparecer ante nuestros ojos, sentados en medio de los escombros del mundo del pasado reciente e incapaces de imaginar el mundo que llega, pero inevitablemente activos. Seguimos a la espera de cualquier acontecimiento imprevisible que se encuentre en nuestro entorno, y es posible que como quiso Baudrillard la tecnología sea la única fuerza capaz de religar los fragmentos dispersos de lo real.