Como bien es conocido, el desarrollo artístico es circunstancial y se ve sometido a una serie de factores externos en los que el monopolio de opinión, tendencia, tradiciones e intereses hacen que prevalezcan unas formas sobre otras. Estas inclinaciones ideológicas son las que propagan ciertas ideas sobre otras nutriendo el arte. En el caso de la pintura occidental europea el logro se ve perpetuado a través del desnudo femenino y la correspondiente condescendencia de una mujer representada como Musa del Monte Parnaso, diosas, vírgenes, monjas y santas o la madre de Dios, damas de la corte, señoras burguesas y mozas bobas. En todas ellas se observa sus figuras volátiles y airosas, delicadas y sosas, seductoras veladas, desnudas o acicaladas del mocasín a la peineta, engalanadas con oropeles que más pesados eslabones son de una servidumbre no voluntaria. Esta cristalización de ideas, imágenes y verdades en museos, libros y hogares únicamente nos desvela una verdad: Yo no soy esa.
Recelosos son los senderos del arte que no son otros que los de nuestros magnánimos “hombres a pincel”, como atestigua Mavi Escamilla sobre los pintores clásicos, y en los que el sistema del arte se ve vencido por el mainstream masculino. Aunque también es cierto que no imagino a Escamilla asumiendo, como emisaria de las políticas de género, ser la más Gorila de la Guerrilla en el “museo igualitario”. De hecho, la osadía de Mavi Escamilla es superar todo agravio mediante una máscara burlona como la de los zanni de la Commedia dell’Arte. Si bien ella se prende una máscara de lucha mexicana, la mofa a las damas de caballete y a los “hombres a pincel” es la de una Scaramouche. Su máscara de la risa es inquietante y carnavalesca: mediante su intervención estocadas da sobre la representación. Clava el hierro atinando en cada imagen, trayéndolas a la subversión. La tajante afilada tiende a una escaramuza. Desventuradas aquellas que nacieron bajo el signo de Venus porque ellas tendrán que hacer de su rostro una máscara de lucha.
La máscara, al igual que la parodia, acierta a encumbrar las dotes de la irresponsabilidad al esconder en el anonimato el ataque. No dar la cara, sino la máscara. Un rostro más que muda en el fingir siniestro.
“Trágico, a fuer de ser grotesco,
Sale Pierrot haciendo zumba.
En su rostro carnavalesco
Hay una mueca de ultratumba”.[1]
En el juego del rostro escondido de Escamilla se camufla el ansia de la boba dama. La dama boba que a ratos viste la máscara haciendo de ella la quiebra. Toda ella se esconde en una estrategia de simulaciones donde se descubre a sí misma sin disfraz en la mascarada fatal.
[1] Valle-Inclán, R., La Marquesa Rosalinda, Madrid, Espasa-Calpe, 1973, p. 105.