Enfocar la realidad y huir del modelo que impone la fotografía es un hecho complicado, por no decir casi imposible. Ante todo, la fotografía es un filtro, un encuadre. Joan Sebastián utiliza este encuadre como punto de partida para el dibujo. Elige devolver el objeto fotografiado a un espacio dibujado en blanco y negro. El resultado es una acumulación de estratos: el encuadre subjetivo de quien dispara, el filtro mecánico fotográfico, y los virtuosismos, imperfecciones y alteraciones manuales introducidas por el dibujo entre el objeto desaparecido y el representado. Es un proceso de doble exposición que explora las intersecciones entre lo manual y lo mecánico. Sitúa la representación en un espacio y un tiempo intermedio. De este modo, delante de estas superficies, la representación da lugar a una dimensión fenomenológica que ofrece al espectador ciertas claves para reconstruir, imaginar o interrogar un tiempo que quedó interrumpido en el momento de capturar la fotografía y que fue recreado en el momento de trazar el dibujo. Ciertamente, un dibujo no puede pensarse como una fotografía.
508A es un conjunto de dibujos de objetos observados desde la cama de la habitación de un hospital. El tema es la intensidad de la mirada de las últimas fijaciones retinianas de un moribundo. El resultado son representaciones que funcionan como un archivo en las paredes de la galería. Los objetos dibujados han de leerse prestando atención al contexto en el que se inscriben, a los encuadres fragmentados, a la perspectiva en contrapicado, a su estatismo y al espacio atmosférico que recrea la textura del papel. Todo afecta a un mismo lenguaje que enfoca la realidad para retratar la ausencia, la consternación, incluso la desesperación. Son objetos de un hospital, pero también son propios de un sistema postindustrial; son producidos en masa, diseñados con eficiencia y dotados de una frialdad que desafía cualquier concepto de subjetividad humana anterior a un estado de tecnificación social. Son objetos concretos, melancólicos, tal vez tristes.
Joan Sebastián nos enfrenta a la relación de la mirada con la muerte. Recordemos que gran parte del pensamiento sobre las relaciones entre realidad e imagen fotográfica se asienta sobre debates en torno a la memoria y la desaparición. La fotografía evoca y hace presente lo ausente. Ante esta problemática, enfrentarse a una imagen sin texto es observar una representación ambigua y abierta a un sinnúmero de significados. Sin embargo, una imagen fija, sin narración, en su estado de reproducción mecánica, o en su traducción manual, como es el caso, también posee capacidad para desencadenar la reflexión, para convertirse en el soporte donde proyectar pensamientos.
Los objetos, la memoria y la intensidad de la mirada son tres conceptos cruciales sobre los que gravita esta serie de dibujos. Los objetos actúan como un dispositivo visual que sostiene la meditación en el momento de la espera. En una habitación aséptica, en un espacio sin imágenes, estos elementos nimios satisfacen la necesidad de fijar la visión para dejar fluir los pensamientos. Actúan como sustitutos de una imagen evocativa para desencadenar el recuerdo de la historia personal individual que se libera al penetrar cierto umbral de enfermedad y dolor, o ante la misma premonición de la propia muerte. La memoria individual es un espacio privado en el que la información acumulada está siempre en transformación. Enfocar objetos comunes y reconocibles para reflexionar sobre la memoria facilita el proceso de identificación colectiva. Nos sitúan delante del acto de quien está recordando y rehaciendo su pasado en un momento crítico, en el instante en el que toda reflexión se tornará invisible. En última instancia, la repetición convulsiva de estos objetos, que se reproducen enfatizando la subjetividad del observador, traducen la búsqueda de un punto de estabilidad, de una imagen a la que agarrarse. La mirada se convierte así en la zarpa con la que asirse a la vida.