Ayer hablé con un oceanógrafo que me contó que menos del ocho por ciento del fondo marino está cartografiado. Además de ser desconocido para los humanos, el fondo marino existe en un constante proceso en que se crea y se destruye a sí mismo. Las placas tectónicas se quiebran en sus contornos y se alejan lentamente unas de otras. El magma bulle de las hendiduras hacia la superficie, y al enfriarse con el agua del mar se convierte en roca. Esta roca pasa a ser parte de la corteza terrestre, y así es como este proceso, denominado expansión del fondo oceánico, comienza de nuevo.
Mientras me lo explicaba, pensaba en María Tinaut y en su archipiélago de azulejos rotos, encontrados por el campo que hay detrás de su casa. Las flores azules, que una vez estuvieron completas, son ahora un lecho de pétalos rotos. Se los llevó a su estudio para buscar por dónde podrían haber casado en origen las líneas curvas y ya desdibujadas, en un intento por volver a juntar las partes descasadas. Según la filósofa Martha Nussbaum, “ser un ser humano bueno es tener una cierta apertura para con el mundo, la habilidad de confiar en lo incierto más allá de tu propio control, hasta el punto de que te pueda hacer añicos”. Pero ¿qué ocurre si se atiende al tipo de ruptura que Nussbaum describe? La pieza de Tinaut Untitled (Blue 1) –varias decenas de trocitos de azulejo, que casi-casan-pero-no-del-todo, aglomeradas en mortero gris– ofrece una respuesta: compórtate como el fondo marino.
En Wish Me Luck for the New Year, imprimió una carta de despedida en vinilo y la instaló en tres vallas publicitarias vacías del metro de Valencia. Estaban colocadas en estaciones consecutivas, siguiendo la línea desde su barrio en dirección al centro. La carta estaba cortada en vertical de modo que, para leer las frases completas, era necesario recorrer las tres estaciones. Nunca pude ver esta obra en su hábitat original, pero, conociéndome, habría hecho fotos de cada parte para juntarlas, ya en casa, e intentaría descifrar su carta, dirigida a otra persona. Pero ¿con qué objetivo? Al final lo lograría, aunque solo para darme cuenta de que ella ya no estaba allí.
Wish me luck for th – e new year. I still remember – everything.
El texto, disperso en el tiempo y el espacio, dirige la mirada hacia futuros separados. “¿Qué queda de una pareja cuando deja de serlo?”, se pregunta Hannah Black en su ensayo The Couple Form. “Una pequeña colección de souvenirs: expresiones, imágenes, sensaciones. Estos fragmentos perduran más allá del tiempo, todavía tan vívidos, un sinsentido radiante y total, como señales que algún día revelarán sus secretos”. Pero ¿y si los espacios entre los fragmentos son las señales? ¿Y si las señales no tienen nada que revelar?
Alrededor del noventa y cinco por ciento del océano está a oscuras. El oceanógrafo me describió su tarea de cartografiar el fondo marino como una práctica especulativa sobre lo-que-podría-ser en contraposición con lo-que-se-conoce. A medida que el océano se hace más profundo, más oscuro, se utilizan frecuencias de sonido cada vez más bajas para medir los cañones y montes submarinos. Y cuanto más bajas son las frecuencias, más imprecisas se vuelven las mediciones. Tiene sentido. Cuanto más nos adentramos en lo desconocido, más perdemos nuestros modos y herramientas de cálculo. Pero, como escribe John Berger, “la esperanza nace del lado de la pérdida”.
Felix Gonzalez-Torres hacía fotos del cielo y las enviaba a sus amigos como si fueran postales. En la amplitud retratada en las imágenes, quien mira no se sitúa ni aquí ni allí. En el reverso de una de estas fotografías dejó escrito lo que se convertiría en el título de una de las obras recientes de Tinaut – Days of Clear Blue Skies. Ella me contó que las vallas publicitarias en el metro de Valencia se cubren temporalmente de azul (la parte trasera del papel que se usa en publicidad) antes de que se instale el siguiente cartel. Tras imprimir la letra de Gonzalez-Torres en vinilo, instaló sus palabras en una de estas extensiones azules. En las semanas siguientes, la imagen fue registrando todo tipo de actividad humana: escupitajos, firmas, garabatos y desgarros de papel. Esta intervención se convirtió en un registro de los movimientos físicos de los transeúntes, casi un palimpsesto. La pieza, como las fotos de Gonzalez-Torres, vive en un estado del entremedias que oscila entre lo público y lo privado, lo legible y lo ilegible, lo cercano y lo lejano.
En 1797, Friedrich Schlegel escribió que “cada oración, cada libro que no se contradice a sí mismo está incompleto”. Untitled (The Chance) consiste en dos cuadros colgados uno junto al otro en la pared. En uno de ellos se lee “There is no chance of love without the threat of loss” (“No hay posibilidad de amor sin la amenaza de pérdida). En el otro, “There is no chance of love with the threat of loss” (“No hay posibilidad de amor con la amenaza de pérdida”). En las dos declaraciones, el amor y la pérdida son inseparables, pero las condiciones bajo las que el amor podría existir en cada caso son antitéticas. Al hilo del pensamiento de Schlegel, esta pieza está completa debido a su oposición, su multiplicidad. Ese deseo, esa necesidad de algo más allá de lo unitario también está presente en Cup (Two), dos recipientes unidos por una sola asa. En esta pieza no puede beber una sola persona ya que, de ser así, el café de la segunda taza se nos derramaría por encima (¿una singularidad abrasadora?), y beber con alguien supondría contacto y negociación. Tanto en Untitled (The Chance) como en Cup (Two) hay un entramado de dos que da lugar a algo nuevo.
Como el oceanógrafo con la mirada puesta en el agua sobre una región no cartografiada del fondo marino, aún no hemos logrado trazar los modos en que nuestros futuros se amalgaman. Mientras escribo esto, la pandemia del coronavirus continúa su expansión por todo el mundo. El movimiento Black Lives Matter lleva luchando por la justicia sin descanso más de sesenta días seguidos. Y se prevé que, en los próximos cincuenta años, la crisis climática suponga un incremento de temperatura mayor que en el conjunto de los últimos seis mil años. La fricción de nuestras luchas provoca desplazamientos propios de placas tectónicas. A través de estos contactos siempre cambiantes, se crean nuevos vínculos, nuevos espacios, un nuevo lugar en la tierra. James Baldwin describía, sin distinguirlos, el papel del artista y del amante: ambas figuras proyectan luz y nos permiten ver aquello que había pasado desapercibido. En el espacio de la exposición de Tinaut, todos somos artistas y todos somos amantes, astillándonos en mil direcciones posibles, y volviéndonos a encontrar.
Texto escrito por Erin Johnson, traducción de Laía Argüelles.